Relato al azar

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martes, 1 de julio de 2014

MI PRIMER AMOR (Manuel Rivas)


Gaby, Gabriela es mayor que yo. Creo que mucho mayor. Me lleva
por lo menos dos años. Después de tanto tiempo, no esperaba encontrarla en la aldea, en Aita, pero allí estaba sentada, lánguidamente en la bancada de piedra de los Brandariz, entre dos tiestos de geranios.

- Hola
- Hola
- ¿qué tal?
- Bien. ¿ Y tú?
- Bien, Muy bien. Bueno Fatal.

En realidad, era mucho mayor que yo. Tres años quizás.

- Estás muy delgada.
- Tú, también estas muy delgada.


Llevaba una falda larga y tenía los pies desnudos.
Eran unos pies grandes, de hombre.

- Estuviste fuera.
- Sí
- A lo mejor yo también me marcho.

- ¿Ah, sí?
-Sí voy a marcharme. Estoy pensando hacer un viaje. Pero muy lejos. ¿Sabes?
A Australia o aun sitio de ésos - digo yo.
- Sería fabuloso.



Sí, casi seguro que me voy a Australia, un amigo mío tiene allí a sus padres. Se hizo radioaficionado y hablo con ellos por la noche.

- Yo estuve en Barcelona ¿Sabes? Viví con gente así.
- Ah Barcelona, claro nunca he hecho un viaje Me gustaría hacer algo importante. Australia o algo así.

- Debe ser alucinante tan lejos.
- Mi amigo dice que si hiciéramos desde aquí un agujero que atravesara toda la Tierra saldríamos a Australia. ¿Qué tal Barcelona?

Bien. Bueno, regular. Mal.
- Mi amigo me regaló un reloj. ¿Te despierta con la música de cumpleaños feliz. Happy birthday to you. También tiene la hora de Tokio, y de Londres, y de Nueva York. Y puedes anotar teléfonos y guardarlos. Es como un ordenador. Mira, mira, fijate.

-¡Oh que bien, es fantástico. En el reloj parpadean los segundos. De repente, ella dijo:
-¿Sabes? Yo tengo una hija.
-¿Una hija?
- Sí, ¿quieres verla?

Y me invitó a pasar, sonriendo, como si le doliera sonreír.

CRÓNICA PARA NO LEER POR LA NOCHE (António Lobo Antunes)


Es como si no hubiese ocurrido nada, yo aquí tan tranquilo, las cosas en el lugar de costumbre (las mismas cosas) muebles, fotografías, todo como siempre, los edificios de costumbre en la ventana, los árboles de costumbre en la otra ventana, la araña en el techo, la lámpara de metal, de pie, al lado del sofá, todo igual, sin mudanza, y a pesar de no haber ocurrido nada especial nos preguntamos

-¿Qué ha sido?

y no encontramos ninguna respuesta concreta, encontramos un malestar, una inquietud vaga, algo por dentro

(no se sabe muy bien qué)

tal vez sea un error, tal vez no sea nada, y no hay error, y algo hay, un malestar real, una inquietud real, ganas de telefonear pero a quién, de decir algo pero qué, la irritación por no comprender lo que no comprendemos y sin embargo existe, miramos la mesa, miramos el estante y la mesa y el estante idénticos, los pasos del vecino de arriba y tan remotos hoy que los queríamos más cerca, si alguien llamase a la puerta, me llamase

(no llaman)

si alguien

-Estoy aquí

y no está, si me levantase

(no me levanto)

el cuerpo pesadísimo, huesos, carne, mejor quedarse quieto, pensar que dentro de poco ya no me acordaré de lo que no me acuerdo ahora, ya he olvidado lo que no sé qué es y por no saber qué es no importa, y por no saber qué es importa, si me echasen al menos una mano

(¿al menos una mano?)

lo conseguiría, pero esto me suena raro porque conseguir no es la palabra y no encuentro la palabra, la bombilla de la lámpara de metal parpadea sin motivo, vuelve a aquietarse, continúo, observo la bombilla y no parpadea, tal vez no ha parpadeado, sólo imaginé que había parpadeado, dejo de observar la bombilla y

¡zas!

un parpadeo, observo de nuevo la lámpara y la lámpara

-No he parpadeado, lo juro

un dechado de inocencia, de asombro, una de las fotografías sonríe cuando no debería sonreír en este momento, me cuesta entender que soy yo el del cuadro, el año pasado, en agosto, la convicción de que he cambiado de todo en todo

-¿Soy yo éste?

las facciones diferentes, la nariz, los ojos, si viniese un amigo le mostraría el cuadro

-¿Conoces a éste?

y el amigo extrañado, sus cejas dos arcos en la frente

-¿Cómo?

incrédulo, desconfiado, lleno de dudas

-¿Te estás quedando conmigo?

-¿Has estado bebiendo?

-¿No te sientes bien?

las tres interrogaciones simultáneas y no me estoy quedando con él, no he bebido, en cuanto a que me sienta o no me sienta bien ya es más difícil saberlo, mejor decir

-Claro que me siento bien

cómo no sentirme bien si no ha ocurrido nada, las cosas en el lugar de costumbre

(las mismas cosas)

los edificios de costumbre en la ventana, los árboles de costumbre en la otra ventana, todo igualito, sin diferencias

-Claro que me siento bien

el cuadro serio

(-¿Y tú qué? ¿Ya no te ríes?)

advirtiéndome de lo que no comprendo, mirando fijamente, más allá de mí, un punto difuso, me concentro en el punto y el punto vacío, qué estaría mirando cuando pulsaron el botón de la cámara, el amigo arqueando las cejas de nuevo

-¿Estás seguro de que te sientes bien?

los pasos del vecino se han detenido, el timbre de la puerta mudo, el teléfono mudo, el silencio que cae, como ceniza, a mi alrededor, intento uno de esos gestos que, por no querer decir nada, lo dicen todo, y el gesto torcido, incompleto, desistiendo, regresando a la rodilla de la que ha salido la mano y en la que se apoya

(el anillo en el meñique, la cicatriz de la navaja de cuando era un niño)

no sólo una de las manos, ambas manos en las rodillas, las que me llevo a la cara con la esperanza de formar con ellas una máscara que me esconda, oculto en las manos se acabaron los muebles, las fotografías, los edificios, si las apartase de repente y me encontrase en el espejo

quién soy

no me atrevo a apartar las manos y me refugio entero en las palmas, me alarmo entero

-¿Seré yo?

con la impresión de que no soy yo y en esto la lluvia que multiplica los cristales, en esto la bombilla que parpadea y se apaga, en esto el amigo que me llama

-João

con un tono de miedo en la oscuridad, insistiendo

-João

sus manos en mis hombros, mis manos en la cara, no aparto las manos de la cara para que él no se asuste

-¿João?

yo inmóvil, inclinado hacia delante, con ganas de soltar un grito, con ganas de afirmar

-No es nada

sabiendo que desde la ventana de este apartamento hasta la calle son siete pisos, así que ni siquiera queda tiempo, a pesar de la lluvia, de mojarme un poco.


LA LENGUA DE CERVANTES (Rogelio Ramos)


Se trataba de una pieza musculosa alojada entre los arcos dentarios propios de los vertebrados, alfombrada de papilas gustativas y propicia para la expresión verbal. En estos parajes habíamos dado en llamarla «lengua de Cervantes».
Luego, algunos colaboradores ingleses nos informaron que un órgano de similares características se conocía en el Reino Unido como «lengua de Shakespeare».
Por eso es que ahora estamos tratando de comunicarnos con colegas italianos para que nos expliquen qué cosa es lo que ellos denominan «lengua del Dante».
Glosofaríngeos, deglutores académicos, perversos de toda laya, más algunos filólogos internacionales preocupados en el tema de las mucosas (que de todo hay en este mundo) trabajan denodadamente para demostrar que Cervantes, Shakespeare y Alighieri son sinónimos. ¡Qué quieren que les diga! No sé. No sé.

PÉRDIDAS (Ildiko Nassr)


Estoy muy distraída. Pierdo todo. Acaso dejo las cosas en cualquier lado y me olvido.
Hace una semana, perdí mi sueldo. El domingo, el vestido rojo y tres camisetas. Antes de ayer, las llaves y la casa. Ayer, perdí la cabeza y las manos. Sin embargo, dormí tranquila. No tuve que tomar la pastilla (que tampoco encontré).
Desperté feliz, hasta que me di cuenta de que había perdido los sueños anoche. Esta mañana, en el mercado, me perdí a mí.
Envidio a las personas que, por lo menos, son asaltadas y apuñaladas.
¿Qué más voy a perder? Las piernas, los pechos, el sexo, la memoria.

RETROVISOR (Carmela Greciet)

Habíamos salido de vacaciones en dos coches, pues mi trabajo me obligaba a regresar a casa unos días antes. Viajaba primero yo, y unos metros más atrás, con los niños, venía Clara.
A medida que caía la noche, la autopista se había ido quedando en calma.
Escuchaba música en la radio cuando, surgido de la nada, apareció frente a mí el Kamikaze. Los ojos amarillos del Kamikaze.
Logré esquivarlo de un volantazo.
Miré hacia atrás sintiendo que yo era ya mi pasado, que el futuro estaba sucediendo a mis espaldas.

El PERRO QUE COMÍA SILENCIO (Isabel Mellado)

Hubo un tiempo en que me llamé croqueta. Así me llamaba mi amo. Mentecato lo llamaba yo a él, pero eso nunca lo supo. Ahora me gritan chucho. A mí me gusta titularme Zorba, el perro.
Y sí, soy un perro free lance de pueblo. Tardé en darme cuenta de que esta vez solo sería eso. No ponía huevos, tampoco tenía cuernos y ni hablar de hacer patinaje sobre hielo.
A los pocos meses de nacer me abandonaron en un vertedero. Me recogió don Mentecato y me apadrinó prometiendo cuidarme toda mi perra y su aún más perra vida, pero como era de esperar no cumplió su palabra y no se lo reprocho. Viene a mi mente el dicho «errar es humano, perdonar es perruno». A lo largo de mi vida he comprendido que casi ningún hombre tiene palabra, pero todos tienen silencios y eso es lo esencial.
Es muy difícil mentir con el silencio. Para mí es un recurso natural, como el agua. Hay días en que solo me alimento de eso, y claro así estoy también flaco como perro; o como bromearía mi compadre pastor alemán: no es que sea flaco, es que tengo los huesos bien afuera. Además parezco de gamuza con la tiña que agarré al revolcarme con una perrita choca de los suburbios y que me da un look bohemio.
Mis silencios preferidos son el silencio del hueso y el silencio de los enamorados que huele a bistec y anhelo. En cambio, el silencio de los cónyuges suele ser turbio y estrecho y no es solo uno compartido, sino al menos dos, por lo general antagónicos. A mí personalmente me ponen la carne de gallina y eso bien se sabe que para un can no es nada bueno.
Soy zurdo convencido. Meneo la cola con oficio de izquierda a derecha, me despierto de izquierda a derecha y si el tiempo me permite elegir, planto preferentemente el mordiscón en el muslo izquierdo del masticable contrincante.
¿Que por qué me fascinan los gatos? Porque son algo así como el resumen de la noche, sobre todo los negros. Pienso que si logro finalmente despedazar a alguno, liberaré todos los amaneceres que contiene. Soy re patiperro, creo en el espacio abierto y en la posibilidad de las esquinas.

AMANITA SANGUINARIA (Rafael Pérez Estrada)

Como insaciable es tenida esta amanita. De un hermoso y ardiente color púrpura, esta criptógama es causa de la palidez y el decaimiento de quienes practican el amor en sus proximidades.
A esta seta -cuyo aspecto sugiere la riqueza de una metáfora que atañe a un granate vital- le son de aplicación cuantas leyendas traman el mito del vampiro.
Lucrecia Borgia -para que la lividez de su cutis realzara la pasión de sus labios- solía descansar en los atardeceres romanos sosteniendo entre sus senos la levedad de una de estas amanitas. Siglos más tarde, en pleno escándalo romántico, el escultor Andrea Visconti es detenido por el crimen de haber dado muerte a dos jóvenes a las que sometió al hongo «para admirar en sus cuerpos la elegancia nívea del mármol”.