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miércoles, 31 de octubre de 2012

SABELONADA (Saiz de Marco)

Durante el viaje en avión para recoger el Nóbel de Medicina, se me ocurrió ir apuntando las cosas que ignoro. Por mero entretenimiento. Escribí “No sé…”. Y añadí:

-Esquilar ovejas.

-Cuándo se siembra el maíz, cuándo se siembran los tomates, cuándo se siembra todo.

-Diseñar relojes.

-Herrar caballos.

-Cómo hacer queso. Cómo hacer mermelada. Cómo hacer hojaldre.

-Esculpir en piedra.

-Tapizar un sofá.

-Repujar cuero.

-Desplumar pollos.

-Cuánto tarda el mosto en volverse vino.

-Cuánto tarda el vino en volverse vinagre.

-Cuándo hay que sembrar el trigo (o el maíz, o el arroz). Cuándo hay que regarlos. Cuándo hay que segarlos.

-Entender el suajili. Entender el chino. Entender el sueco.

-Orientarme con la estrella polar.

-Cuánto dura el embarazo de una vaca. O el de una cabra. O el de una cerda.

-Tocar, sacarle música a un acordeón. Tocar el clarinete. Tocar la guitarra. Tocar cualquier cosa que no sea el timbre.

-Por qué al amanecer cantan los gallos.

-Por qué los loros imitan sonidos.

-Reparar la avería del grifo que gotea...

Anoté, al buen tuntún, más de mil cosas que desconozco. Y cuando paré de escribir no fue porque no quedaran zonas de oscuridad, sino porque la azafata me lo pidió (el avión iba a aterrizar).

Después en la Academia, mientras recibía el premio Nóbel, me pregunté cómo me las arreglo para disimular tanta ignorancia.

1 comentario:

  1. Nuestra ignorancia es casi tan grande como nuestra estupidez. O sea practicamente infinita.

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